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viernes, 6 de diciembre de 2013

LA FONDA GUZMÁN Y EL INSTITUTO AGUILAR Y ESLAVA



Siempre existió una gran vinculación entre la Fonda Guzmán, también llamada Pensión o Casa de Huéspedes, con el entrañable Instituto “Aguilar y Eslava” de Cabra desde los primeros años del pasado siglo XX. Una relación que le vendría, no solamente por su proximidad, ya que la Fonda estaba frente por frente al centro educativo en la calle Pepita Jiménez, sino también por otras circunstancias que a continuación explicaré.

Como quiera que nuestro Instituto, por esos años, era el único centro de bachillerato de la zona sur de la provincia de Córdoba, a él acudían muchísimos estudiantes  de la comarca para examinarse. Esto significaba que en el mes de junio y septiembre, cientos de chavales pasaban por nuestra ciudad y algo muy importante que aquello comportaba, que tenían que comer aquí. Por consiguiente, la situación del Instituto tan próxima a la Fonda Guzmán, era motivo más que suficiente para que las ollas y cacerolas de Mama Rosa, dueña y alma del establecimiento, echaran  humo, y los cocidos y potajes fueran a parar a los estómagos agradecidos de la mayoría de aquellos jóvenes examinandos.

Creo recordar que de una academia de la vecina ciudad de Lucena, regentada por un magnífico y simpático maestro llamado don Pedro Álvarez, todos sus alumnos comían en la Fonda, y para ello previamente D. Pedro llamaba a Mama Rosa para indicarle número de plazas a reservar.
        
Además de este vínculo de la Fonda con el Instituto existiría otro, que era que llegado el mes de mayo o junio coincidiendo con el final de curso, y cuando quedaban pocos alumnos en el Internado del Real Colegio y sus comedores cerraban, entonces los pocos que quedaban pasaban a ser atendidos también por la Fonda.

Igualmente el Capellán del Real Colegio y Profesor de Religión, don Diego Villarejo Pérez, que pasaba todo el verano viviendo en el Internado del Instituto, hacía todas las comidas en la Fonda, al cuidado de Mama Rosa, que por añadidura le preparaba exquisitos platos que el benemérito sacerdote saboreaba y agradecía. Y más de una vez me tocó a mí ser el  proveedor de aquellas comidas, que llevaba en las  tradicionales “fiambreras” con sus humeantes ascuas en el seno de abajo para que no se enfriaran. Y también, más de una vez, recibiría alguna que otra “propinilla” por aquel delicado trabajo...

También recuerdo de este vínculo Instituto-Colegio y la Fonda Guzmán, que en los años de la Guerra Civil fueron alojados en el Internado del Colegio una importante cantidad de soldados italianos que también comerían en el almuerzo en la Fonda, en un número cercano a las 300 plazas, en un horario que iba de 11 de la mañana hasta las 4 o 5 de la tarde. Entonces, mi hermana Carmen Guzmán, que era la mayor de la familia, se ocupaba de la coordinación de esta operación, de lo que había que preparar, la forma de suministrar tantos servicios para los dos comedores de la Pensión, además del patio e incluso la puerta de entrada, así como lo más importante del aquel operativo: el cobro de las comidas... 

"Pasta chuta” (fideos),   "uova con patate"  (huevos fritos con patatas), eran las comidas más celebradas por aquella  tropa extranjera. Y mi hermana Carmela era un lince, cuidando que no se fuera nadie sin pagar, manejándose  en su propio idioma, el italiano, que lo hablaba perfectamente; tanto, que pareciera que hubiera nacido en las mismísima  Roma, Florencia o Nápoles.

Por último, en estos días que se conmemora el 80 aniversario de la inauguración de la fuente y del monumento de Aguilar y Eslava (1933-2013) y con este motivo quisiera contarles una simpática anécdota que yo oí en mi casa por primera vez  cuando tenía seis o siete años.

Ocurriría por el año de 1932, en octubre, cuando vino al Instituto el entonces presidente de la República, don Niceto Alcalá-Zamora y Torres en visita oficial, y cuando para exornar los arriates de la plaza del Instituto, los jardineros del Ayuntamiento plantaron muchas macetas donde solo había tierra y mala hierba.

La anécdota la protagonizó un conocido y peculiar hortelano, llamado Antonio Luna, que tenía su huerta más abajo del llamado Fútbol chico, y que además de hombre de campo era un popular poeta… 

Sucedió que aquel hortelano poeta, conocido por su excentricidades y ocurrencias, al pasar por calle Pepita Jiménez y ver los jardines “puestos de largo” con sus preciosas y aromáticas flores, se le ocurrió que aquello no estaba bien del todo, y sin dilación se dirigió a su huerta cercana y en su pequeña borriquilla, ya de madrugada, volvería al instituto para desenterrar aquellas flores y macetas, y sustituirlas por productos de su huerta, llenando los jardines de la plaza de coles, escarolas, zanahorias ...  y que de esa manera el señor Presidente pudiera ver dignos vegetales  representantes de nuestra tierra y no unas cursis flores de maceta, que nada gustaban a aquel simpático y ocurrente hortelano al que todos conocían como “el Loco Luna”.

El final de esta historia, tal como se contaba en mi casa es, que amaneciendo el día de tan importante visita, las autoridades ante aquel desastre de jardín convertido en huerta, mandaron rápidamente desenterrar las hortalizas y reponer las plantas florales de nuevo. Por cierto, el forraje de aquellas hortalizas lo meterían a toda prisa en el portal de la Fonda y el causante de aquel desaguisado, el citado Antonio Luna, fue puesto a buen recaudo en la cárcel del pueblo. 

Y colorín colorado, esta anécdota sea cierta o no, a mí así me la contaron...


2 comentarios:

  1. Me encanta la historia de mi querido pueblo gracias por compartir tantas cosas

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  2. Me encanta la historia de mi querido pueblo gracias por compartir tantas cosas

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